Primero pensar ¿por qué?
Les comparto este artículo que no tiene desperdicio:
1 MARZO, 2009
Autor: Aquilino Polaino Lorente**
Se aprende a pensar pensando. Lo que pone en marcha el
pensamiento es una idea, un concepto, tal vez la explicación que se busca a un
hecho concreto. Esto significa que la acción de pensar está vinculada a la de
preguntar o, mejor aún, a la de preguntarse a sí mismo.
Cuando nos preguntamos acerca de lo que es pensar, estamos
formulando una pregunta, acaso una de las preguntas más difíciles que la
persona puede hacerse. Sin embargo, si se continúa indagando acerca de ello, al
filo de la mera acción de indagar en eso comienza ya a emerger el
pre-pensamiento.
No soy capaz de definir con precisión y rigor en qué
consiste esa compleja y misteriosa acción de pensar. La mera formulación de esta
cuestión, «qué es pensar», hace que me ponga a escudriñar en mí mismo acerca
del pensamiento que concibo respecto de lo que sea pensar.
«VER» PENSAR A OTROS
Estoy de acuerdo con dos buenos profesores y filósofos,
amigos con mucha experiencia, que sostienen que la mejor manera de aprender a
pensar es ver cómo otras personas piensan. Si no se comparte esa experiencia
con otra persona, que de verdad piense, es muy difícil aprender a pensar.
A la gente hay que enseñarle a pensar, aunque no sepamos muy
bien lo que es pensar. De la misma forma que no sabemos qué es el alma y, sin
embargo, podemos dar argumentos para que la persona se cuestione acerca de si
tiene alma o no. Mis viejos amigos tienen mucha razón: si uno ve pensar a otra
persona, se acerca al aprendizaje de lo que es pensar.
La capacidad que tiene nuestra mente de pensar es casi
ilimitada. El uso que hacemos de ella es muy escaso. Cualquiera de nosotros
quedaría asombrado de la capacidad que tiene de pensar y de resolver problemas?
No se trata de plantearnos el pensamiento a nivel teórico. Se trata, más bien,
de experimentar con asombro esa poderosa capacidad que las personas tienen de
resolver importantes problemas, cuando se atreven a pensar.
UN ETERNO PREGUNTARSE
Preguntar no es una tarea fácil. Se ha dicho que es más
propio del filósofo preguntar que responder. Hacerse preguntas inteligentes es
el modo de plantearse el conocimiento de la realidad, un conocimiento que será
tanto más radical cuanto mayor profundidad tenga la pregunta que nos hagamos
acerca de la realidad.
De lo acertado de la pregunta depende el vigor y la densidad
del conocimiento que se nos desvela a través de las respuestas. Ahora bien, la
estructura de la pregunta determina en algún sentido la estructura de la
respuesta. No es, pues, una cuestión baladí el modo en que se estructuren las
preguntas.
De aquí el interés que tiene el estudio del modo en que hoy
nos cuestionamos las cosas, es decir, la pregunta acerca del modo en que nos
preguntamos. Un diagnóstico muy común y generalizado, que caracteriza a la
sociedad actual, es el «pensamiento light», una forma de pensar, un nuevo
estilo de pensamiento que consiste más en repetir lo que se oye que en pensar
por cuenta propia acerca de lo que se ha oído.
PENSAMIENTO «LIGHT»
Lo paradójico es que el «pensamiento light» es muy
compatible con el «pensamiento dominante» y «políticamente correcto», del que
constituye una especie de eco o epifenómeno residual. En realidad, al
«pensamiento light» le sobra lo de «pensamiento», pues hasta su mismo origen y
presencia es apenas una consecuencia del «pensamiento dominante».
De acuerdo con ello, cuanto más «pensamiento dominante»
haya, mayor será el número de personas afiliadas al «pensamiento light», lo que
sin duda alguna contribuye a reafirmar el «pensamiento único».
Esto comporta una paradoja, además de una ruinosa pérdida
para todos. Si lo que más nos diversifica e individualiza es el pensamiento, si
toda la creatividad y el progreso dependen de él, ¿cómo es posible que se
inhiba la acción de pensar hasta el punto de la repetición, la imitación, el
mimetismo y la simulación del comportamiento humano?
La forma más eficaz de resolver un problema es conocer las
causas que lo originan. La ciencia ha sido definida desde Aristóteles, como «el
conocimiento cierto de las cosas a través de sus causas». Pero el modo de
preguntarse por las causas es el porqué y no el cómo. De aquí que sea
pertinente, si de verdad se quiere resolver este problema, hacerse la pregunta
acerca del por qué del «pensamiento light» y no acerca del cómo de tal estilo
de pensamiento.
LOS CÓMOS DEL
PENSAMIENTO CALCULADOR
El desarrollo tecnológico experimentado en las últimas
décadas, especialmente en lo que se refiere a las telecomunicaciones e
informática, está modelando un nuevo estilo en el modo en que las personas se
enfrentan a la realidad. Por supuesto que ese desarrollo ha contribuido a
facilitar ?y mucho? el acceso a la información y la incorporación de millones
de personas a una cierta cultura. Pero también ese mismo progreso tecnológico
está configurando nuevas formas de «pensar» que empobrecen el desarrollo del
potencial humano.
El pragmatismo funcionalista que de aquí resulta es obvio.
Las personas se interesan ahora más por el cómo que por el porqué de las cosas.
Se trata de resolver con el mínimo esfuerzo el mayor número
posible de problemas. Naturalmente, para ello es necesario saber cómo hacerlo.
Lo que hoy importa es cómo obtener el dinero que se necesita; cómo comunicarse
a través del móvil con esta o aquella persona; cómo comprar algo sin salir de
casa; cómo vivir con mayor comodidad; cómo conocer el saldo de la cuenta
corriente o si se ha recibido o no una determinada transferencia; cómo conocer
las calificaciones obtenidas en el último examen; cómo conocer nuevas personas
sin tener que dar la cara o exponerse a ellas; cómo encontrar la oferta más
barata de viajes para las próximas vacaciones…
De acuerdo con Heidegger, estas formas de pensamiento ?que
él denominó «pensamiento calculador»? no deberían considerarse pensamiento.
Estamos en la cultura del cómo, del cómo consumir más y
mejor ?a pesar de la crisis? y, además, con el señuelo de que así somos más
felices, nos realizamos mejor y empleamos menos tiempo y esfuerzo. Los
criterios etiológicos han sido sustituidos por los criterios pragmáticos y
utilitaristas y, por el momento, nada más.
Esto tiene la ventaja añadida de que el cómo se aprende con
mucha facilidad: basta con emitir una simple respuesta motora ?el dedo que
pulsa el teclado. ¡Y basta! ¡Enhorabuena, señor! ¡Usted ya ha obtenido su
premio!
En verdad el aprendizaje del cómo es gratificante,
instantáneamente gratificante. De esta forma se ha abolido el tiempo
intermedio, el tiempo de espera entre la acción y su efecto, entre el
pensamiento la decisión y el resultado. Las recompensas son cada vez más
rápidas, tan veloces como sean capaces de hacerlas llegar al interesado los
procesadores más veloces de la última generación. Pero también la espera humana
?las expectativas y la misma esperanza? se hace más corta e intolerable,
también más frustrante y ansiosa.
El cómo, a pesar de ser sólo un medio, está sofocando algo
que está relacionado con el fin de la vida humana, la temporalidad y el mismo
proyecto de la vida personal. Hoy los proyectos grandes y ambiciosos apenas si
interesan. El hombre moderno se desespera si tarda más de una semana en ver el
fruto de su trabajo. Como un adolescente, quiere todo, ya y ahora. Y no se
conforma con menos.
La vida se acelera en idéntica medida que los fines de la
vida se alejan y oscurecen. Parece como si no conviniese ya preguntarse por el
fin del vivir humano.
Al hombre moderno le basta con los medios para sobrevivir en
esta sociedad mediática. Para qué preguntarse por el porqué de lo que se vive,
por el porqué acerca de cómo se vive, cuando todo lo que a la persona se le
antoja lo tiene al alcance de la mano (sabe cómo obtenerlo), y en apenas un
segundo.
Se está siguiendo la política del «aquí te agarro y aquí te
mato», del automatismo de las decisiones, de la impulsividad cerrada a la
razón, del mero comportamiento instintivo, del imperio del deseo, de la
obtención instantánea del placer apenas este es deseado.
HUMANIZAR EL
PENSAMIENTO
Las cuestiones últimas ?la cuestión, por ejemplo, acerca del
sentido de la vida? han sido sustituidas por los medios penúltimos. La tarjeta
de crédito, el fax, el teléfono móvil, los ordenadores, las cámaras digitales,
etcétera, hacen que la vida del hombre gire sobre ella misma y cada vez más
deprisa. Es la instalación en el vértigo lo que nos hace suponer que
progresamos. Pero con sólo el uso de estos medios no es como la persona alcanza
la mayor altura de su dignidad personal.
¿Acaso es más feliz quien que se entera por un correo
electrónico que se ha quedado sin trabajo, que se han roto sus relaciones de
pareja o que su madre ha muerto? ¿Es este modo de proceder más humano? ¿Podrá
consolarle en su sufrimiento la velocidad con que ha sido informado? ¿Puede
sustituir el cómo ha recibido esas noticias al definitivo por qué, que está en
su origen?
Lo más probable es que el destinatario de tal información
emplee el mismo procedimiento para tratar de resolver sus problemas. Pero al
proceder así, ¿no se estarán deshumanizando las personas?
De hecho, son hoy muchos los que no son capaces de dar la
cara porque, en estas circunstancias, no se atreven a sostener la mirada del
otro. Sé de algunos que han llegado a eludir sus compromisos, vía Internet,
rehusando incluso el empleo del teléfono. A lo que se ve, les avergüenza, por
faltarles el necesario valor, que quienes les escuchan puedan percibir algún
titubeo, un cierto carraspeo, si quiera sea el hilo de voz que se quiebra en el
discurso gárrulo porque, sencillamente, cuesta afrontar la verdad.
DEL «CÓMO» AL «POR
QUÉ»
Creo recordar que fue Kant quien sostuvo que «cuando se
tiene un por qué vivir se soporta cualquier cómo». Lo más frecuente hoy, sin
embargo, es que se busque o se disponga de un cómo vivir, pero sin hacerse
cuestión acerca de su por qué.
Pero el porqué es desde luego primero y fundamento necesario
de cualquier cómo. La suma de todos los cómo es menor que uno sólo de los
porqué de cualquiera de ellos. El cómo nunca será fundamento último del porqué
de una vida.
Si la persona se instala en sólo el cómo vivir, sin hacerse
cuestión alguna acerca del porqué vivir de esta o aquella forma, la vida misma
deja de alcanzar su sentido.
Cuando la persona habita sólo en el ámbito del cómo ?aunque
su razón instrumental parezca vigorosa?, su propia vida se desvitaliza y
deshumaniza. A pesar del extraordinario valor de la cultura informatizada, si
las personas renuncian a pensar acerca del porqué de sus vidas, es posible que
sepan y hagan muchas cosas, pero ni saben ni hacen la fundamental.
La renuncia a la razón genera siempre tremendas
consecuencias. Si se ignora por qué se vive todavía mayor será la ignorancia
acerca de por qué se muere. Pero si se desconoce lo uno y lo otro, lo que resta
es un puro medio, la vida mediada, de espaldas a la inteligencia por cuya
ausencia se extingue el origen, término y sentido de ella misma.
La pregunta acerca del porqué de las cosas ?también del
propio vivir? dilata e intensifica el horizonte personal, hunde las raíces de
la persona en la realidad, vigoriza y robustece su propia inteligencia,
hambrienta como está de verdad, y adensa la razón acerca de su ser y de su
razón de ser.
Es preciso remontarse al porqué de la propia vida y confiar
en que si la vida tiene sentido, el cómo vivir se nos dará por añadidura. Esto
es confiar en la razón humana que naturalmente tiende, como apetito inteligente
que es, al encuentro con la verdad.
Si se sustituyera el cómo por, por qué ?especialmente en lo
que atañe a la vida personal?, es posible que disminuyera también el número de
personas que militan hoy en el «pensamiento light», lo que debilitaría el
totalitarismo y la presión del «pensamiento dominante», al tiempo que se
acrecería la diversidad, complejidad y creatividad de la acción humana
irrenunciable de pensar y solucionar los problemas que nos aquejan. Un proceso
como este, en el que nos jugamos la libertad de pensar, por cuya virtud todos
ganamos sin que nadie pierda.